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Tras un pequeño mostrador, Rosa Chamorro enseña algunos de los productos que se venden en su tienda. “Vendemos jarabes, cremas, aceites esenciales… todo natural. Los aceites de ciprés van bien para desinflamar las vías respiratorias; los de pino, para la sinusitis; los de ortiga, para la circulación de la sangre…”, explica. Junto a la señora Chamorro, otras cuatro personas trabajan en esta botica de aceites esenciales y plantas medicinales, creada hace varios años gracias a la organización de los vecinos y a un microcrédito.
Este pequeño local es una de las veinte iniciativas comunitarias que en los últimos 30 años se han puesto en marcha en Salinas de Guaranda (Ecuador) para promover el desarrollo del municipio, facilitar un trabajo y un sueldo digno a los vecinos y evitar la emigración a otros puntos del país y del extranjero. El proyecto empezó a gestarse a principios de los 70, con la llegada del sacerdote italiano Antonio Polo a Salinas, una parroquia a 3.600 metros de altura con cerca de 10.000 habitantes.
“La primera acción fue la creación de una cooperativa de ahorro y crédito que liberó de la servidumbre a los vecinos del pueblo, que en esos años trabajaban para una familia acomodada. A raíz de esta cooperativa surgieron otras iniciativas y empezaron a crearse las microempresas”, señala Antonio Polo. El primer negocio que se creó fue una quesería, y a ésta le siguieron una fábrica de chocolate y turrón, una hilandería intercomunal, fábricas de tejidos y pelotas de fútbol, artesanías e incluso un hostal y un hotel gestionados por jóvenes del municipio.
La principal característica de todas estas microempresas es que todas trabajan en red, utilizan los recursos de la zona y se benefician unas a otras. A la lechería, por ejemplo, acuden vecinos de las 28 comunidades del municipio a vender lo que producen sus vacas; las plantas medicinales se extraen de la vegetación del entorno; el chocolate y el turrón se fabrican con cacao de la región; y la embutidora se nutre de la carne de los animales de la zona. La quesería, además, se nutre de la leche que llega a la lechería y de los utensilios de madera producidos en la carpintería, y la fábrica de suéteres y chaquetas de la lana procesada en la hilandería.
“En total, la veintena de microempresas dan empleo a unas 2.000 personas, entre las que venden sus materias primas y las trabajan en las fábricas y en los puntos de venta”, apunta Paul Chamorro, uno de los guías del municipio y miembro del grupo juvenil que gestiona proyectos como el hotel y el hostal. En este contexto, añade el padre Antonio Polo, “la población se ha fortalecido y nadie emigra. Los jóvenes que hace años emigraron a Guayaquil ya regresaron y ahora es la gente de fuera la que viene a trabajar y a aprender de nuestras iniciativas”.
Además de frenar la emigración, la experiencia de desarrollo comunitario en Salinas de Guaranda ha permitido a la población tener un empleo y un salario fijos y mejorar sus viviendas, las infraestructuras y su nivel de educación hasta el punto de que “ya hay universitarios hijos de padres analfabetos”, explica el sacerdote italiano.
’Salineritos’ en el exterior
El trabajo de hombres, mujeres y jóvenes de Salinas de Guaranda y el apoyo de entidades de microcrédito y ONG ha permitido a este municipio fortalecer e incluso vender sus productos en varios puntos de Ecuador y del extranjero. Con el distintivo ‘El Salinerito’, los ocho tipos de queso producidos en el pueblo se venden en Quito y Guayaquil y el chocolate y el turrón de maní viajan hasta Italia, donde se distribuyen en tiendas de comercio justo.
Con el dinero obtenido, la población devuelve los préstamos de bajos intereses e invierte en la mejora de la escuela y la guardería de Salinas, así como en los dos hogares para jóvenes a los que chicos y chicas de dentro y fuera del municipio llegan para estudiar, formarse como líderes y conocer este modelo de desarrollo comunitario.
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